¿Puede la economía sostenerse con remises y deliveries?

El cierre de industrias y caída de otros empleos empuja a cada vez más personas a buscar una fuente de ingresos alternativa en estos rubros

Hace unos días cerró la fábrica estadounidense de lavarropas Whirlpool, a solo tres años de su inauguración, en 2022 durante el gobierno de Alberto Fernández, para la que se había realizado una inversión de  más de 50 millones de dólares y que tenía como objetivo exportar a toda la región. El cierre se debió a la imposibilidad de exportar debido al atraso cambiario en Argentina, a la apertura de importaciones y a la caída de la demanda interna por la crisis económica.

Los 220 operarios y operarias de esta empresa radicada en el parque industrial de la localidad bonaerense de Pilar perdieron sus empleos. Según relataban los  testimonios en los medios televisivos, esa misma jornada, mientras hacían fila para abandonar las instalaciones algunos de ellos ya se estaban anotando para trabajar como choferes en las apps de remises como uber.

Fueron unos más de tantos argentinos que en tiempos de buenos sueldos pudieron adquirir un 0 km o un auto usado en buenas condiciones, quizás al no poder estar en capacidad de aspirar al bien más preciado, la casa propia, y que ahora utilizan ese vehículo como herramienta de trabajo. Otros, con un capital menor, como una moto o una bici, hacen lo mismo con aplicaciones de delivery.  Lo que en Gualeguaychú en donde estas apps todavía no tienen peso serían remises, cadeterías y mensajerías.

No es una historia nueva. Ya en los 90, cuando en las ciudades de Cutral Co en Neuquén y General Mosconi en Salta las refinerías petroleras de YPF cerraron tras su privatización en el gobierno menemista muchos de sus ex empleados despedidos o indemnizados con retiros voluntarios compraron autos para convertirlos en remis. La pregunta que surgía era ¿a quien iban a transportar en ciudades con una economía colapsada? ¿un remisero iba a llevar a otro remisero o a un comerciante que apenas si vendía algo en un contexto de recesión? La respuesta llegó rápido. Ambas ciudades se convirtieron en precursoras de los piquetes a nivel nacional cortando las rutas aledañas, una respuesta política que perjudicaba aún más la economía pero que  reclamaba a toda la nación que esas comunidades estaban en peligro y exigían una solución.

Recientemente, en una entrevista, un economista contó que es usuario habitual de estas aplicaciones de transporte, que hace unos años si pedía un auto tardaba hasta 40 minutos en llegar y ahora siempre hay uno esperando casi en la esquina. Más choferes que clientes. Las mismas apps informan que en un año la cantidad de trabajadores aumentó en un 40%. Es decir que la oferta de trabajadores  en las apps crece a medida que la demanda cae por la recesión económica.

Un informe de la Fundación Encuentro sobre un estudio realizado en la ciudad de Buenos Aires sostiene que un trabajador de las aplicaciones necesita 461 pedidos mensuales, sin contar propinas, para cubrir la canasta básica total de un hogar de cuatro integrantes ($1.213.800), lo que significa 15 pedidos por día, si trabajan de lunes a lunes. Si trabajan 6 días por semana deben realizar 20 pedidos por día, y si tienen dos jornadas libres por semana, 23 pedidos.  Sin contar el gasto en combustible en los casos de los pedidos entregados en moto.

Mas allá de los grises de las plataformas estas representan una opción rápida para obtener ingresos para los trabajadores, pero en un contexto de achicamiento de la economía esta forma laboral también se complica.

No existe en el mundo ningún país desarrollado que no haya protegido su industria. El desarrollo industrial general riqueza, divisas y mejores sueldos. Para ser potencia se necesita la industria. Los países que no la desarrollan o la abandonan están condenados a la decadencia como puede verse en el caso de Europa o Estados Unidos que trasladaron su producción a Asia y ahora enfrentan crisis económicas . O Arabia en donde durante años  sus elites disfrutaron de riquezas indescriptibles y ahora se enfrenta a la incertidumbre de qué hacer cuando el petróleo se termine.

Además al importar productos manufacturados los dólares que pueden destinarse al desarrollo se van en esos productos y no en lo que necesitamos para desarrollarnos. Con la excusa de ofrecer productos más baratos, algo que muchas veces no sucede porque el precio se sube en la cadena de comercialización o los productos entran más baratos hasta destruir la capacidad industrial y luego suben de precio (dumping) , se ingresan manufacturas sin los controles de calidad necesaria a la vez que se aumenta el desempleo y se baja la calidad del trabajo en general.

Es difícil de entender por qué gobiernos como el de Videla, el menemismo, Macri y Milei han militado abiertamente la apertura importadora con el costo para el desarrollo nacional que esto implica. Podría pensarse que responden  a un mandato externo de subdesarrollar al país y que jamás seamos potencia. Hay una elite que desde la independencia no pudo decidirse jamás por un proyecto de desarrollo nacional y eligió ser subsidiaria de otras potencias. Es el dilema en el que nos encontramos desde esa época, el péndulo constante en nuestras políticas que se traduce en la famosa grieta.

Es positivo que existan los servicios que facilitan la vida y generan empleo como los remises y repartidores pero sin desarrollo industrial es insostenible. Si las industrias cierran y cada empleo que se pierde se convierte a estos servicios vamos a terminar todos conduciendo o pedaleando hacia la pobreza nacional.

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